miércoles, 6 de agosto de 2008

Tiempo real



Por Alfredo Molano Bravo
El Espectador - 17 de Mayo de 2008

LOS ESTUDIOSOS DE LA HISTORIA DEL paramilitarismo en Colombia coinciden en asociar sus orígenes al tránsito de la violencia política de los años 50 al nacimiento de las guerrillas en los 60, en plena Guerra Fría. A EE.UU. le cabe una inmensa responsabilidad en la estrategia de armar a población civil para responder a los grupos armados rebeldes.
El gobierno de Lleras Restrepo sancionó la ley que autorizó la creación de guardias nacionales para combatir a las Farc y al Eln. El Pentágono había elaborado ya la doctrina de la “guerra de baja intensidad” para controlar el incendio que se propagaba desde Cuba y que los manuales militares ponían en práctica. En los años 80, cuando las guerrillas negociaban el tránsito hacia la lucha electoral, se asesinó a miles de partidarios de la vía legal. Por la misma época, el narcotráfico adquirió carta de ciudadanía sobre un acuerdo tácito con sectores del establecimiento: liquidar la oposición a cambio de permitir el traqueteo, inclusive con la anuencia de la CIA. El paramilitarismo se fortaleció sobre este acuerdo, que en el fondo equivalía a permitir el uso de la motosierra y, al mismo tiempo, los embarques de droga.
Viernes 8 a. m.
Esta doble moral es la que se refleja en la extradición del notablato paramilitar: narcotráfico mata crímenes atroces. Las Cortes internacionales llegarán a fin de fiesta. A la Fiscalía criolla y a las víctimas les permitirán hablar en los tribunales norteamericanos sin oírlas, porque de hacerlo, se desembocaría donde ni al Departamento de Estado ni al Gobierno de Colombia les conviene llegar: a la evidencia de una larga trayectoria de impunidad compartida entre los gobiernos de EE.UU. y de Colombia con el paramilitarismo. Los ‘macacos’ se van a EE.UU. y sus crímenes se quedarán enterrados en el país; los expedientes de la parapolítica se adelgazarán y terminarán archivados.
Viernes 11 a. m.
Los computadores de Reyes encubrirán todos los escándalos que afloran hoy. Quizás Uribe, persuadido por Fabio Echeverri, le bajará el tono internacional al escándalo para no perjudicar a los exportadores colombianos. Pero con la información, hoy avalada por la Interpol, se desencadenará una cacería de brujas infinita: son 40 millones de documentos Word, 210.000 imágenes, 610 gigabytes: un siglo de información para sacar de ahí lo que se vaya necesitando para aceitar la maquinaria militar de la Seguridad Democrática. Con el informe de Ronald Noble, Mario Uribe se eclipsó y hasta su parentesco se perdió; Yidis se perdió en los corredores del búnker; Teodolindo volvió a escabullirse; y a Luis Carlos Restrepo lo salvó la campana. Mientras tanto, a Uribe le dan el título Honoris Causa en Lima, y a Solana otro en Bogotá. Chávez grita, Correa llora, Alan García parlotea. Difícil escribir a este ritmo. Cuando se publique esta columna, la Cumbre de Lima habrá pasado y los cercos humanitarios —Dios no lo quiera— volverán a ser la noticia del día. Pero no llegarán a la mitad de la próxima semana cuando, digamos, los medios nos pongan a hablar del matrimonio de Tomás Uribe.
Viernes 1 p. m.
Más aún, no logro acabar estos 3.500 caracteres sin que ya todo lo anterior, incluido lo que está por ver, haya pasado de moda al estallar un nuevo escándalo que confirma todo lo dicho: el computador de Mancuso se esfumó en Itagüí, las tarjetas sim de los celulares de Jorge 40 se evaporaron de la cárcel de Barranquilla, el disco duro de Cuco Vanoy se derritió en Cómbita. El Inpec nada sabe; la Dijín nada dice. La Fiscalía se alza de hombros: estaba fuera de las cárceles esperando a los jefes paramilitares para ponerlos en manos de la DEA. Es difícil creer que los paras sean menos prolíficos que los guerrilleros, aunque es evidente: son más prudentes.

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